Una vez al mes realizo un pequeño retiro que consiste en pasar un par de días en algún pueblecito de la Sierra de Madrid yo sola. Lo hago como actividad CONSCIENTE de autocuidado. Este mes tuve que cancelarlo por un imprevisto, ya sabes, así es la vida, pero lo he convertido en una mañana de autocuidado y ha sido igualmente maravilloso.

9:00h.

Voy en el coche, con mis bastones de marcha nórdica y mi pequeña mochila que siempre incluye un bloc de notas y un bolígrafo. Conducir sabiendo que nadie te espera y que tienes por delante 5 horas para ti sola, es una sensación muy gratificante. Sin música, mirando las increíbles formaciones de nubes, deteniéndote en detalles de esa carretera, que conoces bien, pero a la que no sueles prestar atención porque vas pensando en “tus cosas”.

Esta mañana va de no pensar en “mis cosas”, va de detenerme a mirar todo lo que me rodea, con otros ojos. Pero “esas cosas” suelen volver, porque la mente es así. Cada vez que me pasa, agarro el volante y siento su textura, su suavidad, hago una respiración consciente, esto me hace sonreír porque “he vuelto” y sigo fijándome en los detalles de todo lo que veo.

9:30h.

Voy a Hoyo de Manzanares, un pueblecito de la Sierra de Madrid que está a solo 36 km de la gran ciudad. Pero no llevo rumbo fijo, voy mirando los caminos que salen de la carretera y a veces paro el coche, bajo la ventanilla y escucho el silencio. Durante todo el camino estoy viendo un pequeño arco iris, pegado a la montaña que veo a lo lejos, que me recuerda, que al final, todo saldrá bien. Es curioso porque veo uno pequeñito a la izquierda y otro más o menos igual de tamaño de frente; me acompañan todo el camino y son como ese punto de luz en la incertidumbre.

He visto un camino que me gusta, frecuentado por algunos ciclistas, así que me abrigo bien, cojo los bastones y comienzo a caminar. Hace frío y viento, hay muchas nubes y el sol sale solo de vez en cuando, pero no pasa nada porque me recuerda que la vida es así. Y llego a una parte en el que, tras un muro de piedra hay un rebaño de vacas. Una de ellas está muy cerca y tiene justo detrás el pequeñito arco iris. Y le hago una foto preciosa. Y contemplo un rato su tranquilidad y su ausencia de prisa. ¿Qué es la prisa para una vaca? Absolutamente nada. Y adoro escuchar los mugidos y el ruido del viento.

Me gusta caminar rápido porque noto la energía, la tonificación que sube por mis piernas, desde abajo hacia arriba. Voy cambiando de camino, a veces uno más grande y me gusta explorar los caminos pequeñitos que salen a los lados, en los que apenas te caben los dos pies.

Caminar, caminar y caminar. Respirar, fluir, sonreír. Ya no tengo frío. ¡Mira que son guapas las vacas!

Siempre tengo la ilusión de ver algún animal suelto, algún conejo o incluso algún gamo o jabalí. Así que me fijo mucho, más cerca, más lejos. Me detengo para ver si escucho algo …

Ocurrió algo curioso.

Al volver de uno de esos caminos más pequeños vi a lo lejos que algo bastante grande cruzaba el camino a lo lejos. Pensé que por ahí estaría más o menos el camino por donde pasan los coches y que sería un coche. En el segundo que lo vi, la verdad es que pareció un gran ciervo, pero lo cierto es que pensé que tengo tantas ganas de verlos que quizás mi imaginación me jugó una mala pasada. Pero cuando llegué a ese punto, el camino para los coches quedaba todavía bastante lejos, así que me paré en el sitio pensativa y mirando en todas direcciones. Ups. ¿Qué había sido eso entonces? El recuerdo grabado en mi memoria de ese instante me traía un gran ciervo … así que decidí que era eso lo que había visto. Un segundo, ¡pero lo había visto!

11:15h.

En casa solo tomé un gran vaso de agua y un kiwi antes de salir, así que después de la caminata tengo un hambre de lobo. En el pueblo hace más frío, más viento y lluvia que en el campo abierto. Me habría gustado estar en una terraza y escribir en mi bloc de notas durante un rato, pero hace tiempo que cambié mi habitual ¡qué rabia!, por no poder hacer lo que más me apetecía por un “Vale, la vida es así, hay que cambiar el plan”.

Me tomo un café con leche y un pincho de tortilla que me saben a gloria bendita, la tortilla está jugosa y riquísima ¡Cuánto la disfruto! Entro en una cafetería muy agradable porque fuera es imposible estar, hay varios ciclistas, gente conversando animadamente, distancia de seguridad. Me quito la mascarilla solo el tiempo necesario para desayunar y no me quedo mucho tiempo, prefiero escribir las notas sentada en el coche, viendo llover.

12:30h

Segunda parte de la caminata. Esta vez voy a un puente cercano por el que pasa el río Manzanares, es un camino precioso a la vera del río que en algunos sitios está calmado y tranquilo y en otros sitios tiene unos saltos de agua que hacen un rumor muy fuerte, mucho ruido y el agua está muy revuelta. Y vuelve a recordarme a la vida. Me siento en el suelo con los pies colgando, mirando la parte del río que está más tranquila. Y escucho el silencio, el rumor del agua a lo lejos, y no hago NADA.

Y entonces conecto de verdad con la naturaleza y no me siento una visitante, ahora me siento parte de ella. Y me produce una sensación tan gratificante, que incluso me da la sensación de que estuviera llenando un vacío en mi interior. No recuerdo haber tenido esta sensación anteriormente. Lo cierto es que vengo a visitar la naturaleza mucho menos de lo que me gustaría o, mejor dicho, necesitaría.

Y entonces recuerdo las palabras del Dr. Quing Li en su libro “El poder del bosque”:

«Todos sabemos lo bien que nos hace sentir el contacto con la naturaleza. Lo hemos experimentado durante milenios. Los sonidos del bosque, el olor de los árboles, la luz del sol colándose entre las hojas, el aire fresco y limpio … Todas esas cosas nos dan una sensación de bienestar. Nos quitan el estrés y las preocupaciones, nos ayudan a relajarnos y a pensar con mayor claridad. Eso es algo que llevamos en las entrañas. Es como una intuición o un instinto, una sensación que a veces resulta difícil de explicar.»

Está siendo una mañana maravillosa, de reconexión conmigo misma y de conexión con mi entorno. Estoy segura de que poco cortisol (hormona del estrés) está corriendo ahora mismo por mi organismo.

Por el camino empiezo a darme cuenta de que me gustaría conocer los nombres de las montañas por las que voy pasando, lo cierto es que no las distingo. Voy al almacén de APPS de mi Smart phone y en búsqueda pongo “qué montaña es” y rápidamente me aparece una que tiene buena pinta, se llama “PeakLens”. Así que “voila”, apuntando con el móvil a las montañas, en la pantalla me aparecen todos los nombres de las montañas. ¡Y me pongo súper contenta!

14:00h

Vuelvo a casa con la sensación de haber hecho un “reset”. Indudablemente los problemas pesan menos.

Es bonito que te echen de menos en casa.

Me siento tranquila, feliz y llena de energía.

Funciona … se llama “El poder del bosque”.